sábado, 7 de agosto de 2010 | |

El espejo


Se levantó esa mañana a la misma hora de siempre. La luz entraba a raudales por la ventana del baño. Se paró frente al espejo y recordó que estaba envejeciendo. No era fácil ver como la juventud desaparecía inexorablemente. Se preguntaba cómo lo hacían las mujeres de su edad. Todos los días frente al espejo ejecutaba un breve ritual: estudiar el rostro en busca de una nueva arruga o ser testigo de las existentes. “Me estoy poniendo vieja” se repetía cada mañana, pero no hacía nada. Ella se negaba a engrosar las filas de mujeres alteradas por el bisturí. Cuando observaba sus mejillas derretidas por el tiempo, las estiraba desde el nacimiento del cabello, a la altura de las orejas, intentando imaginar cómo se vería si se decidiera por la cirugía o quizás tratando de recordar cómo se veía años atrás.  Sacudía la cabeza para espantar sus pensamientos, pero cada mañana el tema de la vejez la atormentaba por momentos, luego entraba en el vendaval del día y se olvidaba del asunto, hasta la mañana siguiente.

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