viernes, 3 de septiembre de 2010 | | 1 comentarios

El gran día

Ese día era el gran día. Lo había esperado con ansiedad. Lo desconocido de la experiencia le producía una mezcla de miedo y alegría. Tenía rato en la cama dando vueltas. Decidió levantarse unos minutos antes de lo previsto. Aún era de madrugada. Entró al baño y se miró al espejo. Sus ojos mostraban unas ojeras violáceas por las noches de poco sueño. Había aumentado de peso . "Espero rebajar pronto" pensó. Se duchó rápidamente. ¿Cómo sería?  ¿Dolerá mucho?  Recordó las palabras de su cuñada de sólo 18 años que ya había parido: "Vas a sentir un dolor intenso y en algún momento pudieras pensar que es insoportable pero eso dura poco y luego llega la inmensa alegría de tener a tu hijo en los brazos". Entro a la habitación y se vistió rápidamente, tomó la maleta que había preparado días atrás y se dirigió a la sala. Allí estaba su esposo, recostado en el sofá. Había llegado a las 2 am de reunirse con unos amigos. Ella había pasado la noche sola con sus pensamientos.
-Estoy lista, le dijo con sequedad.

El se levantó, tomó la maleta y caminaron en silencio. La luna aún brillaba en el cielo tiñendo de plata los jardines del edificio.  Salieron en el auto hacia el hospital. Las calles estaban desiertas a las 5 de la mañana. Aparcaron cerca de la entrada de emergencia. La doctora Angela ya había llegado. La recibió con una amplia sonrisa que la hizo sentir cierta calidez. Había frío en la sala.
-Ve con la enfermera, le dijo. Ella te va a preparar.
Su esposo se quedó en la sala de espera. No se despidieron, no hubo un abrazo, ni siquiera unas palabras de aliento. Ella siguió a la enfermera en silencio. Caminaron por un largo pasillo blanco muy limpio, muy iluminado. Al final del pasillo había una puerta de madera con un aviso en acrílico: Sala de Pre-parto. Entraron. Una semi penumbra inundaba el ambiente. Cuatro mujeres embarazadas estaban acostadas en unas camillas alineadas una al lado de la otra, todas tenían una solución intravenosa en su brazo izquierdo. Las mujeres susurraban entre ellas. Guardaban silencio cuando alguna tenía una contracción y luego reanudaban la charla. "Qué extraño" pensó.
La voz de la enfermera la sacó de sus pensamientos. 
-Entra al baño y te quitas toda la ropa. Te vistes con esto. 
Le entrego un paquete liviano envuelto en plástico transparente. Era una kit de papel verde, compuesto por una bata, un gorro y unas zapatillas del mismo material. 
-Cuando estés lista te acuestas en esta camilla. 
La camilla estaba en un cubículo aparte dentro de la Sala de Preparto destinado a casos especiales.
-¿Por qué aquí? le preguntó intrigada.
- Ah! No se preocupe. Es que las camillas están ocupadas. 
La enfermera hizo su trabajo con destreza, conectó el catéter en la vena y comenzó a pasar la solución. Revisó el pubis y  terminó de rasurar lo que ya estaba depilado.
-No puede haber vellos, le dijo.
La doctora entró sonriente.
-Lista Sandra?
Asintió con la cabeza.
-Cuando termine de pasar la solución regresaré para romper la bolsa de líquido amniótico. Eso ayudará a agilizar el trabajo de parto.
Cuando la solución iba por la mitad empezó a sentir unos suaves dolores en el vientre que   le hizo pensar que no era cierto lo de los dolores parto. "Creo que soy muy fuerte" pens. Casi ni siento las contracciones. La doctora regresó. La rotura de la bolsa hizo su efecto progresivamente. Diez de la mañana. Las contracciones iban y venían cada vez más intensas, cada vez más frecuentes. Recordó a su cuñada. "Aún no siento que sean insoportables, supongo que no estoy lista aún" pensó.

Doce del mediodía. Contracciones cada diez minutos. "Falta poco" se dijo con el afán de darse aliento. Su familia estaba en la sala de espera. Su mamá hecha un manojo de nervios, su hermana con su bebé de un año quizás comentando su experiencia cuando parió a su hijo. Su papá, también allí. Y su marido muy probablemente leyendo el periódico.

Cuatro de la tarde. Contracciones cada dos minutos con dolores de expulsivo, pero nada que la pelvis dilataba. Se detuvo en 7 cms desde el mediodía. Estaba exhausta. La doctora regresó. A las 4.30pm. Conectó de nuevo un monitor por donde escuchaba los latidos del bebé. "Será necesario practicar una cesárea. Ya hay sufrimiento fetal" dijo la doctora. Sandra aún con un vestigio de humor pensó "Y que hay con el sufrimiento de la madre?" Pero no dijo nada. Se sintió aliviada. La llevaron al quirófano. Todo fue muy rápido. El bebé nació a las 5.15 pm. Casi no vio a su hijo. Se lo mostraron desde lejos mientras lo alzaban por los pies. Fue sólo un instante. Después ya no vio a su hijo ese día.

Anochecía cuando la llevaron a su habitación. Era un cuarto compartido con otro paciente. Allí la esperaba su madre. Siempre tan leal. Siempre allí para ella. Cuanto necesitaba de su amor en esos momentos.
Pasó una noche de inmenso dolor. Las contracciones continuaron  hasta el amanecer.
-Son los entuertos. Afirmó su madre. Es el útero que se esta limpiando.
Nunca había escuchado la palabra entuerto para describir un dolor. Supongo que forma parte de la cultura popular, pensó.
Casi no durmió. Esperaba con ansiedad abrazar a su hijo, poder olerlo. besarlo... los bebés huelen  delicioso.
A media mañana se abrió la puerta   y allí estaba su hijo en una cunita de acrílico transparente. Durmiendo plácidamente. "Eso es lo único auténticamente mio" pensó con inmeso regocijo.
Sintió que era perfectamente feliz.